Hace casi un año que abrí este libro-regalo. Eché un vistazo rápido, y como tenía muchas ganas, me dispuse a empezarlo enseguida con el firme propósito de que se agotasen las páginas antes que yo y de terminarlo en unos días, o como tarde, en esa misma semana. Pero sucedió que me quedé mirando la primera página y leí la dedicatoria: un trazo azul lleno del afecto y un “ojalá” que me invitaba a disfrutarlo y a “sacar jugo”, entre otras palabras bonitas. Decidí parar. Elegir un buen momento y plantearme que este libro pudiera acompañarme un poco más. O yo a él. Lo he tenido todo este tiempo en mi habitación, porque no quería acercarlo al despacho y que se mezclase o quedase rezagado entre el resto de lecturas pendientes. Lo llevé en julio a Madrid en un viaje en coche para c...