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GRATITUD POR LO OFRECIDO Y POR LO RECOGIDO

     







     Hace casi un año que abrí este libro-regalo.

    Eché un vistazo rápido, y como tenía muchas ganas, me dispuse a empezarlo enseguida con el firme propósito de que se agotasen las páginas antes que yo y de terminarlo en unos días, o como tarde, en esa misma semana. 
    Pero sucedió que me quedé mirando la primera página y leí la dedicatoria: un trazo azul lleno del afecto y un “ojalá” que me invitaba a disfrutarlo y a “sacar jugo”, entre otras palabras bonitas.
    Decidí parar. 
    Elegir un buen momento y plantearme que este libro pudiera acompañarme un poco más. 
    O yo a él.
    Lo he tenido todo este tiempo en mi habitación, porque no quería acercarlo al despacho y que se mezclase o quedase rezagado entre el resto de lecturas pendientes. 
    Lo llevé en julio a Madrid en un viaje en coche para celebrar la vida, y mi cumpleaños. 
    En octubre me paseé con él por el XL Congreso Nacional de Terapia Familia en Tenerife, entre ponencias y compañerxs a los que recomendar su lectura, imaginando proyectos conjuntos y urgiendo planes para “trabajar más y mejor sobre este tema”.
    En el vuelo de regreso, dediqué las tres horas que me separaban de casa para un último repaso: hacer más anotaciones, poner clips en las viñetas para compartir con mis alumnxs, registrar las excelentes actividades propuestas, anotar algunos conceptos desde una mirada compartida y planear incluir alguna técnica para mis nuevos casos.
    Pude continuar con algunas reflexiones sobre temas, esas que en el libro asoman todo el tiempo y a mí me rondan siempre: identidad, apego y emociones. 
    Punto final. 
    El lunes lo dejaré en el despacho y ya lo (h)ojearé de vez en cuando.
    O no.
    Llegué a casa y volví a ponerlo sobre la cómoda.
    Este libro estaba ofreciéndome desde hacía tiempo una experiencia personal que trascendía de mi plano profesional, así que debatí conmigo misma sobre mi postura (cada vez más narrativa), mi posición (“junto a” en lugar de “frente a”) y primé honestidad sobre coherencia.
    Tomé un tiempo. 
    Volví a abrirlo por navidad.
    Leí susurrando: “La Familia de Origen del Terapeuta en sesión. Moviéndonos entre familias”.  
    Miré atenta las letras blancas sobre fondo negro. 
    Me fijé más en una imagen desdibujada. Suspiré y me adentré en ella. 
    ¿Quiénes son? ¿Quién soy?
    Retrocedo 14 años. 
    Terminaba mi cuarto año de formación en el Máster de Terapia de Familia y Pareja y nos tocaba un deseado y temido fin de semana de “Taller Vivencial: Familia de Origen del Terapeuta (FOT)” en Bilbao.     Llevaba meses preparando lo poco que creía que tenía y lo mucho que resultó.
    Fue una experiencia tan intensa y reveladora que al volver a casa atesoré todas las fotos, dibujos, objetos y notas que me acompañaron y los guardé cuidado junto a los afectos de quienes nos guiaron, las lágrimas y sonrisas de mis compañeras y las historias de vida, que llenaron todo.
    En mis primeros años de práctica privada, revisé y complementé ese material cada fin de año poniendo nuevos colores con lo que iba aprendiendo, resonando y supervisando.
    También fui rellenando un genograma que iba descendiendo y ampliándose -incluso con ausencias- y adjuntando más fotos que fui consiguiendo poco a poco, así como nuevos documentos y algunos objetos que me han ayudado a entender, aceptar y re-componer…
    Mi historia. 
    A la que no volvía (así) desde 2017, según últimas notas.
    Creo que iba tocando bajar al trastero. 
    Y cumplir con mi compromiso. 
    Con el libro. 
    Con las familias con las que trabajo.
    Conmigo. 
    Y contigo, con quien comparto por primera vez todo ese trabajo tan imprescindible que se sintetiza en una foto, llena de vida y significado.
    Sirva como “gratitud por lo ofrecido y lo recogido”, Carmen.
    Siempre.

Nerea Cerviño

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