EL NIÑO COTERAPEUTA
Me encanta como Carmen consigue generar red entre profesionales y divulgar el conocimiento conjunto que entre todos vamos recibiendo y generando. Y le agradezco que cuente también conmigo para ello. La verdad es que, con todo lo que Carmen ha recogido en su libro ya y todo lo que otros colegas han escrito en este blog sobre la familia de origen del terapeuta, hoy siento que puedo añadir en forma de reflexión personal que deseo que pueda ser una brisa de inspiración.
Mientras paseaba reflexionaba sobre lo esencial de nuestra manera de estar en el mundo como adultos, y pensaba, como siempre digo, que efectivamente en la familia de origen se cuece todo. Muchos y muchas terapeutas lo han contado y conceptualizado de distintos modos según su visión y enfoque terapéutico. Hoy me permito hacer el ejercicio de ir a lo esencial. Lo simple en lo complejo siempre es una tabla de salvación cuando nos perdemos o complicamos, queriendo o sin querer.
La vida es un misterio y el mundo es un lugar bello a la par inhóspito, como las propias relaciones humanas. Si el nacimiento es nuestra entrada a la vida, la familia de origen ha sido nuestra entrada al mundo. Tiene sentido pensar que ambas puertas, el nacimiento y la familia de origen, determinan en gran medida nuestra manera de estar en el mundo. Y como ya sabemos que lo que somos lo llevamos allá donde vamos, nacer y crecer en una determinada familia deja huella también en nuestra consulta y en las relaciones que establecemos con nuestros pacientes.
Pensaba que, una vez superada la fase de fusión y dependencia total del bebé -necesaria para la supervivencia y crecimiento puramente orgánico- nos mueven dos fuerzas dentro de la familia: el anhelo de amor y el miedo al dolor (daño o pérdida). Entre ambos polos – bueno, hago spoiler: solo nos mueve el amor- hay una infinidad de opciones, aunque vale la pena volver a la esencia cada cierto tiempo.
Creo que es una buena higiene para un terapeuta, hacerse unas preguntas simples. A mí me sirven para ver qué se me puede estar colando sin darme cuenta en el vínculo terapéutico y reapropiarme de proyecciones inconscientes. Obviamente, desde una formación humanista y sistémica, la relación nunca es neutra. Me parece de una gran ingenuidad pensar que en las sesiones -individuales, de familia o de pareja- podamos ser como una tabla en blanco, o ser algo distinto a lo que somos. El rol de profesional y las herramientas terapéuticas nos dan una pequeña capa de protección, pero con los pacientes somos nosotros mismos. Esto, ser humanos en la consulta, no sólo no es nada malo, sino que es inevitable. Ahora bien, debemos saber quienes somos para que eso que somos, ni mejor ni peor que ser de otro modo distinto, pueda ser puesto al servicio de nuestros pacientes o consultantes.
Yendo a las preguntas, si voy a la simple raíz de la familia que me trajo al mundo, ¿Cómo se vive el amor en mi familia? ¿y el dolor? O de modo parecido, ¿qué se respiraba en el aire en mi familia cuando nací y en mi infancia? ¿Había amor? ¿Había situaciones dolorosas? ¿Cómo se expresaba o se vivía el amor y el dolor? A mí, como niño o niña que fui, sin responsabilidad ni capacidad de decisión, ¿qué me resultó más prioritario? ¿Evitar el daño o el dolor o buscar conseguir amor? Son preguntas dicotómicas para ayudar a clarificarnos, porque un aspecto no excluye al otro.
Cuando respondemos simplemente a estas preguntas podemos ubicarnos como niño o niña en una manera particular de percibir el mundo y también de relacionarnos con él. Y el mundo son sobre todo las relaciones. Conocer al detalle qué tipo de estructura de personalidad hemos construido para evitar el dolor y/o conseguir el amor en nuestra familia de origen, que traje se tejió el niño o niña de papá o de mamá, podemos comprender mejor qué mecanismos están facilitando o enturbiando la relación terapéutica. Hemos de saber que este niño o niña está a nuestro lado en consulta todo el tiempo. Si nuestra parte relajada, segura y consciente está más activa, el niño juega feliz y tranquilo mientras este adulto trabaja. Ahora bien, si andamos despistados, si se nos presentan situaciones que vivimos como estresantes o amenazantes, el niño o niña tomará el mando en forma de estrategias delante de los pacientes: buscar valoración, aprobación, hacerse útil, o invisible, o confrontador o suplicante o lo que sea.
Creo que somos afortunados porque los pacientes nos dan muchas oportunidades de revisar nuestras propias heridas. Es importante detectar cuando nos atascamos en las sesiones y supervisarlo, porque eso tiene que ver con una oportunidad para ir más allá de donde pudo ir el niño o niña que fuimos (y aún somos) con papá y mamá. La integración de lo doloroso y la acogida de lo amoroso de la relación con nuestros padres -y en segundo lugar con nuestros hermanos- es un proceso a veces arduo. Somos un sistema familiar viviente y presente que interactúa con todo lo que es y con todo lo que fue.
Aquí creo que Bert Hellinger aportó mucha lucidez, y ya sabemos que la lucidez a veces nos parte como un rayo. Las constelaciones familiares nos hablan del amor ciego y del amor que ve. Como terapeutas es nuestro deber identificar el amor del niño- teñido de ilusión mágica y egocentrismo inocente- y diferenciarlo de un amor maduro, que incluye atravesar el dolor para aceptar la vida y el mundo tal cual es y, aun así, abrirse al amor.
En la medida en que vayamos curando nuestras heridas en relación a nuestros padres -la puerta al mundo-, podremos atender mejor a las personas que nos consultan. Si estamos en lucha con ellos internamente, o en crítica, o en anhelo de lo que no nos dieron, tarde o temprano nos encontraremos luchando, criticando o anhelando algo con nuestros pacientes. Cuanto más autoconocimiento tenemos y más vamos sanando, más sutiles se convierten nuestros mecanismos de protección del carácter, no desaparecen.
En nuestra profesión debemos estar atentos siempre para no enredar a nuestros pacientes en nuestras propias dificultades nucleares originadas en la relación con nuestra familia. Nuestros pacientes buscan en nosotros que les ayudemos a ser y a estar en el mundo. Eso solo se lo podemos ofrecer si hemos atravesado nuestras puertas infantiles para ver el mundo con ojos maduros y sentirnos parte de él, con compasión y amor pese al dolor.
Anna Ferre, Septiembre 2024
Anna Ferre Giménez es psicóloga, diplomada en Traducción, terapeuta Gestalt y de trauma y facilitadora de constelaciones. Tiene su consulta privada cerca de Barcelona y es directora de Prisca Formación, desde donde ofrece formación para profesionales en terapia con muñecos tipo Playmobil y otros recursos terapéuticos.
Es autora de "cuéntalo con muñecos, orientaciones prácticas para terapia y asesoramiento". Ed Octaedro, 2020
Comentarios
Publicar un comentario