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Pasado, presente, armonizando la sensibilidad infantil y adolescente.


PASADO, PRESENTE, ARMONIZANDO LA SENSIBILIDAD INFANTIL Y ADOLESCENTE.
Cristina Cortés







Cuando Carmen me invito a escribir en su blog sobre la familia de origen del terapeuta, lo primero que surgió en mi fue un agradecimiento por la invitación y al mismo tiempo la sorpresa, esta emoción desapareció rápidamente para dejar paso a la siguiente. Así se vio desplazada por una imagen conocida que ha visitado con frecuencia mi espacio mental y ahora llega junto al perfume del azahar.

La imagen de mi abuela paterna, una mujer aérea, sonriente que con frecuencia se perdía en emociones añejas que la invadían y la arrastraban a los grises fríos de su infancia. Una infancia que se vio afectada porque se truncó el calor materno que no pudo ser expresado por vicisitudes de la época.

Tuve la fortuna de nacer en su casa, amenizada por clavelinas y geranios, con olores a azafrán y canela que evocaban su tierra. 
Acompañada por la presencia de mi abuelo, un hombre de olivos y jacarandas curtido por el sufrimiento de una guerra perdida. En un exilio que le obligó a enterrar no solo amigos, sino también su filosofía. Si filosofía de vida, porque mi abuelo era filosofo más que político o guerrillero y cuando el paso del tiempo calmó el miedo compartió con su nieta sus reflexiones humanitarias y pacifistas.

Y sin querer y sin elegirlo crecí primero rodeada por las paredes de su casa, luego en sus brazos cálidos y más tarde en sus relatos.

Cuando llego la adolescencia y se produjo esa mirada intrapsíquica para armonizar mi identidad, mi piel no se veía reflejada en mi tierra, sino que surcaba los suspiros de mis abuelos y me llevaba a identificarme con un espacio aparentemente no conocido y que debía ser me ajeno.  Sin embargo, cada noticia, película ambientada en los claros de su aire y los surcos de su luz y más aún en el susurro de las voces calladas de su época, esa época a la que no se le ha sabido dar el espacio adecuado en la memoria colectiva, me estremecía. ¿De dónde venía ese estremecimiento?

Los relatos que me contaron, los silencios cayados me llevaban a las sensaciones y emociones que he querido engarzar en mi arcoíris particular o en el ramaje frondoso de todas mis experiencias.
No es de extrañar que el mundo implícito, el recolectar sensaciones y bañarlas de significado sea tan importante en mi intervención terapéutica y preste atención a lo implícito, a lo no que no nos permitimos nombrar. 

Cuando nace un bebé no tenemos un individuo tenemos una diada indiferenciada con el cuidador que lo atiende.  “ La tarea del niño es individualizarse en un adulto auto determinante y de tal forma funcionar como una fuerza contribuyente en la sociedad” Richard Moss
Todo individuo nace con unas características propias temperamentales que se expresaran en la interacción de las experiencias, siendo las experiencias relaciónales fundamentales, tanto en los primeros años como en la adolescencia. 

Desde su potencial relativamente indiferenciado, la identidad en el niño evoluciona involucrándose en relaciones crecientemente complejas con los otros, la vida y el desempeño que le permitirán desarrollarse y funcionar como un adulto sano y adaptado a su momento histórico.

A lo largo de este proceso relacional y en el contexto de su tiempo es donde se va alcanzando la diferenciación. Sera muy importante la mirada bajo la que se produce, ya sea la mira de satisfacción y aceptación o justamente la contaría, la de no atención y rechazo, de los cuidadores. Ahí, en esa interacción y relación es desde donde se desarrolla la sensación de pertenecer, compartir, honestidad, humildad y la capacidad para amar, para sacrificarse, para verse a si mismo en relación con los demás, con la vida e involucrarse activamente en ella como ser social. 

Esta sensación de relación y de conexión es innata al bebé, su cerebro social se desarrolla en relación con…, el bebé no existe, no tiene un self por sí mismo sino en relación con el otro. Su psiquis entra en conexión e indiferenciación con los adultos que le rodean, que le atienden o desatienden.  Inicialmente no diferencia ni los límites de su cuerpo ni de su piel. 

Las conquistas del desarrollo se van a asentar en la habilidad para identificarse con uno mismo como individuo separado y participante en la relación.

Sin está individualización y su reconocimiento y valor por parte de los cuidadores no se alcanza un yo personal. Y esto requiere un espacio de cuidado, primero familiar y luego social cultural donde el niño, el joven pueda expresar su naturaleza, sus características propias y potenciales, sus ambiciones y motivaciones y su visión del mundo.

La falta de coherencia en los mensajes de la sociedad, cultura, salud, políticos internacionales nos lleva a todos a una incoherencia social que genera un estado de confusión global al que nadie es ajeno, ya sean familias, y mucho menos nuestros niños y jóvenes.  

Cuando el entorno familiar, y no solo este si no también el grupo social, y el momento histórico, no favorecen que los adolescentes enfrenten los requerimientos de ese grupo o cultura, no es de extrañar que estos puedan sentirse tremendamente alienados.  Como reacción a esa confusión y falta de espacio donde desarrollarse plenamente como adultos con esperanza lo normal es que surjan subculturas. 

En estos nuevos espacios físicos o virtuales intentan alcanzar su individualización, su propia identidad en la que puedan sentirse a sí mismos y en relación con otros iguales con los que se sienten acogidos porque sienten lo mismo o están en el mismo proceso vital. Esa individualización cargada de amenaza, y la necesidad de pertenecer los puede llevar a perderse en la identificación con las normas del subgrupo que pueden resultar aún más alienantes que las de la sociedad global.

El bebé, el niño es muy sensible a los estados emocionales de los adultos que le acompañan en su desarrollo. El bebé modula sus estados a través del tacto y del olfato, en esa modulación se coparticipan estados. 
Los estados de los padres y también los estados sociales colectivos, a los que no son ajenos los padres, representan el factor más determinante en las posibilidades de desarrollo del niño. 
En la relación se comparte y se transmite el estado, el estado emocional, la ilusión o desilusión, con la que se vive la propia relación y la pertenencia al grupo, al momento histórico. 

La potencialidad innata del niño esta influenciada por el sistema de cuidados que va más allá del sistema de apego, el entorno social es altamente influyente.
Cuando tenemos padres, que están dando mensajes confusos, enfrentados, esta confusión genera rápidos cambios en el estado y en la relación entre esos adultos y el bebé. Esos cambios provocan un cambio de pauta, un cambio de ritmo en la danza relacional. Cada vez que el niño en desarrollo comienza a configurar una estructura relacional y las pautas cambian, surge una nueva pauta que debilita la capacidad de desarrollar un sentido fijo y coherente del yo.

Son los estados coherentes de los progenitores y la coherencia social colectiva los que otorgan las posibilidades de desarrollo y salud de nuestros niños y jóvenes.  

Cristina Cortés 

Psicóloga especializada
 en infanto- juvenil,
 trauma y apego

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