Tengo la sensación de conocer a Carmen desde siempre, como si ver su rostro enseguida despertara en mi memoria emocional ecos de alegría, humanidad y sensibilidad ya conocidos. Sería por el año 2007 cuando pude disfrutar de ser alumna suya por primera vez en uno de esos cursos para profesionales del ámbito social con que, algunas como yo, comenzábamos a adentrarnos poco a poco en la terapia familiar sistémica. Más tarde, la vida nos ha ido poniendo pasillos que nos conectaban en espacios casi siempre formativos de habitáculos unas veces presenciales y otras virtuales, pero sobre todo sensitivos. Es difícil pensar en Carmen o ver su foto sin despertar una sonrisa, sin sentir conexión y un no sé qué que la hace especial. Por eso cuando me pidió que escribiera algo para su blog me sentí privilegiada, ya que le profeso una gran admiración.
Su libro nos invita a una revisión profunda identitaria, a poner sobre la mesa (mejor dicho, sobre el corazón y la mente) quiénes somos profesional y personalmente, de dónde venimos, los roles, secretos, mitos y lealtades familiares que han hecho que seamos como somos ahora. Imposible pensarnos sin mirar a nuestro propio retrovisor, a nuestra familia de origen. Desligar esto de la práctica profesional, sin tener en cuenta la influencia que tiene la familia en la que nos hemos criado en la forma en cómo aprehendemos, interpretamos y devolvemos la información verbal y no verbal de las familias con las que trabajamos, supone obviar algo tan evidente como que cada día sale el sol. La huella que dejan los otros puede ser devastadora o fortalecedora, sobre todo cuando esos otros son quienes han plantado las semillas de la autoestima, de la confianza y de la capacidad para vincularse.
Ser terapeuta no es sinónimo de ser invencible a los avatares de la vida ni tampoco a los efectos de las relaciones del pasado. Familias aglutinadas, familias caóticas, familias desorganizadas…son también familias donde los y las terapeutas crecen y se desarrollan. Me viene a la mente en este momento la famosa frase que seguro conocéis de Rafiki, en la película El Rey León, que decía “El pasado puede doler, pero, tal y como yo lo veo, puedes huir de él o aprender”. Y aprender no es resignarse, es integrar de forma adaptativa y seguir adelante. Creo que esto es tarea ardua pero necesaria. Conocer aquello que caracteriza a quienes fueron nuestros referentes, las pautas de interacción, lo que nos hicieron o lo que nunca se dio, ayuda a dar sentido a muchas experiencias del presente que de manera involuntaria se manifiestan en esa danza relacional en la sala de terapia.
Pero también creo que este análisis desmenuzado, diseccionado, de la propia historia en la figura del terapeuta a través de la invitación que Carmen propone, y que es fruto de su trabajo en numerosos talleres de FOT, no es sólo un colador donde se capturan esos trozos dolientes de necesidades no satisfechas o de heridas intergeneracionales. Es también un pasaporte para legitimar sin cuestionamiento nuestras propias emociones (somos, como dice Carmen, profesionales de los sentimientos), para reelaborar nuestra historia de otra manera más amable y compasiva, pero, sobre todo, para empoderarnos como personas y con ello y gracias a ello, hacer mejor nuestra práctica profesional.
Ser, pertenecer, permanecer. Dibujando puentes entre el pasado y el presente, del niño o niña que el terapeuta o la terapeuta fueron, a la persona que sigue conservando las huellas del pasado sin que se hundan en arenas movedizas. Hay que ser valiente para poder mantenerse erguido y además caminar hacia el frente. La relación de ayuda es quizás una de las tareas más complejas porque se entremezclan lo tuyo, lo mío, lo nuestro, el pasado ocurrido, el futuro pensado, todo ello en un presente que se escribe y se inscribe sobre un problema que trae la familia a terapia. Tan complejo como bonito.
Tenemos la suerte de contar con esta gran aportación que Carmen nos regala con su libro “La familia de origen del terapeuta en sesión. Moviéndonos entre las familias”, escrito con una tremenda sensibilidad, pero también con un carácter absolutamente profesional y técnico, y que pienso que, sin duda, va a formar parte de esos manuales de cabecera que ocupará un lugar importante en muchas estanterías.
¡Gracias Carmen!
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