PRESTAR ATENCIÓN AL CUERPO
Cuando las familias acuden a terapia lo primero que nos ofrecen son sus historias contadas, describiendo sus problemas y narrando la evolución o involución de los síntomas. Sin embargo, la complejidad de la situación que se da en este ofrecimiento es aún mayor que la que se puede observar aparentemente.
Tal y como afirma Odgen (2016) “.. hay otra conversación que se produce por detrás de las palabras..”. Se refiere al cuerpo a cuerpo. Porque las conversaciones que tienen lugar en la terapia son verbales y no verbales; conscientes e inconscientes; del presente y del pasado; del paciente o familia y del propio terapeuta.
Esta complejidad de intercambios que se dan en los diferentes momentos del proceso terapéutico va a exigir del terapeuta que amplíe su rango de conciencia de lo visible a lo imposible de ver, de lo escuchado a lo no dicho, permitiendo que el foco vaya cambiando desde la familia hacia sí mismo y viceversa.
La narrativa de la familia presenta el problema que trae a consulta con un discurso verbal que se sustenta en una manera de comportamientos concretos. En cada uno de los miembros de la familia se producirán comportamientos verbales y no verbales que impactarán en el terapeuta, provocando respuestas no solo verbales si no también comportamentales.
Las emociones que aparecen en terapia van a configurar los contenidos de la sesión expresados en una variedad de voces, silencios y movimientos, precisos y preciosos.
El terapeuta sabrá acompasar mejor “el baile familiar de las emociones” mejor en la medida en que se de cuenta que forma parte de él, que también emite mensajes no verbales desde su propio inconsciente, desde su propia historia y desde sus propios miedos. Y todo esto, más allá del lenguaje explícito y de la técnica concreta que se desarrolle en terapia.
Los indicadores no verbales ayudan a los terapeutas a formular hipótesis sobre lo que está ocurriendo en la familia: qué tipo de creencias internas se están expresando y qué tipo de situaciones tempranas de la vida pueden haber pronosticado tales patrones y creencias (Kurtz, 2010). Como comenta Pat Odgen (2016), son como una ventana hacia nuestro pasado.
En terapia, se reabren heridas y, con ellas, defensas que van a poder ser detectadas si tenemos en cuenta toda la información que el cuerpo nos da, tanto el de los pacientes como el nuestro propio.
Como afirma Pat Odgen (2016):
“Las primeras experiencias se recuerdan como “una serie de expectativas inconscientes”..son las más potentes e influyentes, precisamente porque las experiencias que las han formado no están disponibles para la reflexión y la revisión. .. Estos procesos no solo influyen en el cerebro en desarrollo y en la manera en que se ejecutan los movimientos, sino también en la estructura del cuerpo en sí misma”.
En las familias podemos observar verdaderos bailes con micro y macro movimientos donde se expresan dudas, desacuerdos, temores, tristezas o alegrías, en silencio muchos de ellos. Explicitarlas, cuanto menos señalarlas, puede ser el comienzo de otro baile con otros ritmos, más fluidos y ajustados a las necesidades de cada miembro y el de la familia como sistema.
El terapeuta actúa como un “córtex auxiliar”. Nos convertimos en un regulador afectivo y relacional (Odgen, 2016). Si la desregulación es muy grande, la capacidad de aprendizaje y de cambio se verán limitadas, ya que volveremos a activar los resortes de antaño que se quedaron como forma rápida e inconsciente de protección.
Para asumir estos riegos el terapeuta va a tener que asumir otro riesgo importante: el de conocer sus propios mecanismos de defensa, sus tendencias habituales de moverse, decir, expresar, así como los resortes que lo provocan. Esto le permitirá tener un mayor rango de libertad para decidir cuánto de sí mismo quiere explicitar y ponerlo en el juego de la sesión abiertamente y cuánto y cómo va a tener que reprimir con el objetivo último de cuidar a los pacientes.
A medida que los pacientes se sienten seguros en terapia sus patrones se irán haciendo cada vez más flexibles y podrán acceder sin miedo a sus recuerdos. Es más, revivir la experiencia dolorosa en terapia de manera segura, puede hacer que cambie, no solo la conceptualización del problema, sino que hará que el cuerpo también cambie la forma de afrontamiento, adquiriendo otros movimientos y posiciones, de manera automática y, en ocasiones no voluntaria o consciente. Con ello, se podrán sentir emociones diferentes consigo mismo y su relación con los demás (Hernández, 2017).
Como afirma Damasio (2011): “Nuestras emociones se sustentan en nuestras sensaciones corporales, cambiando éstas se podrán modificar aquellas”.
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