Un juego de sillas
La palabra paciente proviene del latín "patiens" o "patientis", el participio presente del verbo "pati" que significa sufrir o aguantar. Padecer. Sin embargo, a pesar de su procedencia, a mí me gusta más usar la acepción que comparte Loretta Cornejo en su libro “Cartas para Pedro”. Ella habla de los pacientes desde la noción de paciencia, como personas que están en espera, aguardando, a través de su proceso, un lugar donde poder sanar. Para mí la terapia es eso: un viaje. Un proceso relacional donde compartes, buscas, encuentras y sanas con el otro.
Últimamente pienso mucho en mis pacientes. Pienso en lo que aprendo con ellos, lo que me enseñan, muestran, se atreven y luchan. Los veo como en una fotografía. Un periodo determinado de su vida que comparten conmigo, en el que me dejan entrar por diferentes motivos. No puedo evitar ver y entender esa espera. Ellos aguardan, buscan, reflexionan, sienten, se frustran, se duelen e intentan colocar lo que necesiten mover. Muchas veces me maravillo siendo parte. Veo como se enfrentan, qué cosas se atreven a compartir, qué cosas guardan y en cierta manera me mueven y me conmueven. Veo los procesos que pueden tener e intento acompañarlos en lo que quiera que elijan, sin juzgarles, sin que tengan prisa, con cariño para que se hablen sin desprecio, para que puedan abrazar al niño que no pudieron abrazar, para que se atrevan o no lo hagan si no quieren, para que expresen y suelten sus nudos, para que callen si así lo necesitan y no se lancen si no están listos, para que se permitan sentir de todas las maneras posibles, para que se vean y sean.
A veces tengo la sensación de que intentan hacer preguntas, saber más de nosotros. Siento que se relacionan conmigo como se relacionan con personas de su contexto. No puedo evitar preguntarme si alguna vez piensan que son ajenos. Lo cierto es que no lo son. Para mí no lo es ninguno. El espacio terapéutico no deja de ser una zona donde el vínculo se da, cada uno con sus roles, pero en relación. Que importante resonar de la mano, caminando, compartiendo y sanando. Hacia donde quiera que nos lleve el viaje.
Cada vez tengo una mayor sensación de que nuestra profesión conlleva un juego de sillas. Es importante hacernos cargo de la nuestra. Saber quiénes somos, de dónde venimos, cuáles son nuestras dolencias, nuestras dudas, miedos y bloqueos. Entender nuestra historia, el sitio de dónde venimos y lo que nos ha llevado a ser quienes somos. Cuando recuerdo mis comienzos, me doy cuenta de que pensaba en los pacientes como personas a las que mirar desde lejos, a las que entender y acompañar a través de una mesa, una silla o un contexto con normas rígidas o muy definidas. Puede que mi estilo de principiante tuviese que ver conmigo, con mi bagaje familiar. Puede que no hubiese adoptado un estilo propio porque no entendía del todo quién era y cómo quería llegar al otro desde mi silla particular. Mi silla de psicóloga como Inés. Porque cada silla es única, la de cada paciente y la de cada psicólogo.
Cuando empecé a trabajar solía pensar que lo importante era el método. Ser científica, meticulosa, ordenada y concienzuda con lo que iba a hacer. Pensaba que tenía que ser formal, estudiosa y distante para ser imparcial. Para conectar y ampliar el mundo de mi paciente me ponía mil capas desde donde pudiese guiar a través de la palabra y encontrar sus huecos de forma objetiva. Creo que en cierta manera cada psicólogo elegimos una escuela que tiene que ver con nosotros. Hay enfoques más científicos, más cercanos, relacionales, dinámicos, distantes... Hay quien, como Irvin. D. Yalom, hace revelaciones para compartir y mostrar otro tipo de cosas y quien se decide por apostar por las evidencias científicas. Luego está todo lo que es común a las diferentes terapias. Esos factores que vinieron de la mano de Rosenberg para hacernos pensar. Donde el foco se centra en lo que hace que todas las terapias se parezcan y sean funcionales. Esos factores donde el vínculo, la relación terapéutica, la aceptación incondicional y la escucha se manifiestan. Independiente de quién seas, dónde estés y a quién tengas delante.
Tal vez necesitaba el formalismo para empezar. Puede que por eso luego me atreviese con la psciología sistémica. Tenía que aprender sobre los mitos, las relaciones, la circularidad, la lealtad, las triangulaciones, el poder de entender de dónde venimos y adónde queremos ir. Cuando estudié la escuela intergeneracional se me metió dentro. Entendí la importancia de la decisión. “Puedes ser desleal, quedarte con lo que quieras, puedes formar algo nuevo, no todos los mitos son lo que has oído, puede que no haya mitos, no eres lo que has vivido, puedes ser lo que necesites ser”.
Que descubriera el psicodrama era solo cuestión de tiempo. A veces necesitamos dinamismo. Movernos en sesión. Andar con alguien mientras le coges la mano y le ves, le acompañas y le abrazas donde más le duele. Teodoro Herranz en uno de sus talleres de psicodrama nos dijo “Pregúntale a un paciente qué cree que es más funcional para él y luego pregúntate si es lo mismo que creías que te estaba funcionando en su proceso”. Yo he dejado de preguntarme mucha
s cosas para hacer hueco a otras nuevas.
s cosas para hacer hueco a otras nuevas.
Hay una parte que se aprende andando, recorriendo la sala, abrazando, dejando ir y soltando.
Inés Muñoz-Cobos Líria
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