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LA FAMILIA DE ORIGEN COMO FILTRO QUE AMPLIFICA O ATENÚA LA MORAL SOCIAL

LA FAMILIA DE ORIGEN COMO FILTRO QUE AMPLIFICA O ATENÚA LA MORAL SOCIAL
Juan Miguel de Pablo Urban



    Pensando en la posible colaboración en el blog de mi admirada Carmen Casas, me surgió la idea de dedicar unos párrafos a la función de las familias de origen como filtro que amplifica o que atenúa la presión de las normas sociales dominantes.
    En mis trabajos sobre género y psicoterapia (De Pablo, 2021, 2022 y 2023) he insistido en la necesidad de contemplar la influencia de lo social en el trabajo psicoterapéutico. Cuando observamos la sintomatología de las personas que atendemos, podemos verificar cómo en muchos casos, está fuertemente relacionada con los conflictos originados entre las lealtades de los individuos a los deseos, explícitos o tácitos, de sus familias de origen, y la lealtad a los propios deseos y a las necesidades individuales; especialmente si estas formas y normas de funcionamiento están en clara contradicción.
    Nuestro trabajo como terapeutas de familia nos invita a mirar de forma inexcusable hacia la matriz relacional de los individuos, hacia la matriz conformada a través de los diferentes patrones relacionales que se han construido en nuestras relaciones originarias con las personas emocionalmente significativas de nuestra historia.
    El tema que sugiero, y que me interesa especialmente en la actualidad, está conectado con la forma en que la norma social, norma conformada por su carácter moral, se impone en cada uno de nosotros y en cómo la familia amplifica ese mensaje moral, en la transmisión y el cumplimiento de determinadas normas o hábitos; o, por el contrario, consigue atenuarlo y facilitar una visión crítica y reflexiva sobre la presencia, más o menos adecuada, de estas normas morales.
    Por ejemplo, las presiones de los modelos hegemónicos de género sobre hombres y mujeres, invitan a desarrollar determinadas actitudes, conductas y opiniones, y, a la par, conlleva la invisibilización o anulación de otras opciones y alternativas en la expresión de nuestras emociones, en el desarrollo de comportamientos y en la conformación de identidades.
    Recordemos que no podemos subsistir sin una gramática moral, porque lo moral se constituye como amparo y asidero que nos protege de las incertidumbres de nuestra existencia. Pero hay que incidir en la presencia de una “moral en minúsculas”, que se alimenta de la presión de los modelos económicos, políticos y religiosos que pugnan por su propia subsistencia ideológica en los sistemas sociales. A estas normas y hábitos de “lo moral con minúsculas” es el lugar donde el trabajo psicoterapéutico debe facilitar espacios de reflexión. La idea que subyace a este planteamiento es que la libertad individual y la vinculación sana de las relaciones ha de haberse construido desde una posición crítica, desde una posición reflexiva sobre las consecuencias derivadas de la aceptación de esas normas y hábitos morales. La psicoterapia debe alimentar una posición ética, desde una ética del reconocimiento del otro, que nos ayude a la transgresión y rebelión necesarias con las que cuestionar las normas patógenas del marco moral de nuestra sociedad.
    Las familias de origen tienen una importancia crucial en este proceso de traducción de la norma social.     No olvidemos que a lo que he venido en llamar “lo moral en minúsculas” hace referencia a lo que, en otros contextos llamaríamos patologías sociales. El narcicismo, el hiperconsumismo, las relaciones líquidas, el exceso de diagnóstico y medicalización de los trastornos emocionales, las propuestas ideológicas sobre sexo-género (ya sean heteropatriarcales o las novedosas ideologías woke), se transmiten desde los microsistemas, familias y grupos de referencia, y se convierten para los individuos en corazas caracteriales, máscaras que otorgan una identidad postiza que puede entrar en plena colisión con nuestros deseos y necesidades más genuinos.
    Las normopatías que describió Joyce McDougall (1978) o las personalidades normóticas que señaló Christopher Bollas (1987), entre otros autores, son el fruto de un exceso de alienación, por parte de las familias y de sus miembros, con las propuestas ideológicas socialmente dominantes, donde se define lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo deseable socialmente y lo que debe ser excluido y apartado.  
    Invito a incorporar la visión de lo social, de lo moral, en las patologías de las personas que sufren y que son atendidas en nuestras consultas; recordando la importancia de la función ética de la psicoterapia como disciplina promotora de la salud de los individuos y las familias.      




    Juan Miguel es docente supervisor en psicoterapia psicoanalítica y sistémica. Codirector de COOPERACION, Instituto de Formación Sistémica desde 1996. Miembro fundador y Secretario de la Asociación Andaluza de Terapia Familiar y Sistemas Humanos (AATFASH) desde 1991, ha sido director de la Revista Systémica, desde 1994.
Ha publicado los libros: «El ciclo de Andros: masculinidad, paternidad y psicoterapia» (2021), «Fascinación y desilusión. Psicoterapia sistémica de pareja» (2019) y «Psicoterapia individual desde una perspectiva sistémica integradora» (2018). El último “Rastros y huellas en las fronteras de la psicoterapia” (2023).

     
         

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