Desde que inicié mi trayectoria laboral como psicóloga en una Residencia de Recepción de Adolescentes en Valencia en 2019, he observado patrones conductuales que se reiteran en la gran mayoría de adolescentes que han ingresado hasta la fecha en el sistema de protección.
A lo largo del año podemos recibir una media de 80-90 adolescentes nuevos, esta estimación es a la baja, existen meses dónde contamos con un nuevo ingreso por día del mes, y otros en los que solo son 2 o 3, los adolescentes que ingresan en la residencia. Pero al margen de los datos más específicos, se puede deducir que la muestra con la que contamos a la hora de hacer intervención directa es lo suficientemente amplia como para extraer ciertas conductas, estados emocionales, cogniciones, procesos de duelo, traumas que son frecuentes y que suelen ser motivo de ingreso.
En mi caso, he observado que los casos que más ingresan en la residencia son adolescentes con conductas antisociales, conductas de consumo, apatía, deseabilidad social, estados emocionales depresivos, baja autoestima, nula capacidad de proyección o de planificación a medio-largo plazo (debido a las escasas expectativas sobre ellxs mismxs), sintomatología psicótica (habitualmente derivada del consumo de estupefacientes), situaciones de abuso sexual (tanto como perpetradores como víctimas), violencia filio-parental cuando parento-filial, situación de abandono emocional y/o físico… entre otras más.
Pero al margen de todo esto, una vez que se realiza la primera sesión o entrevista inicial, observas como lo que más predomina y predominará durante las primeras semanas de estancia en la residencia, es el miedo y la desconfianza. No podemos dejar de pensar en que esa persona ha sido extraída de su contexto, para ingresar en una estancia dónde cada siete horas un profesional educativo diferente será su principal fuente de comunicación y relación, dónde tiene un horario para toda acción que se haya de realizar, dónde dos profesionales desconocidos (psicólogo/a y trabador/a social) van a ser sus personas de referencia y su contacto directo con su mundo “exterior”. Su círculo de iguales, van a ser otros/as que también traen con ellxs una mochila cargada de muchas experiencias traumáticas y su familia podrá o no visitarle a la residencia (teniendo en cuenta también las diferentes medidas judiciales que puedan haber o no y que puedan permitir o no que haya contacto con la familia).
En el caso de un/a adolescente que ha abandonado su hogar para ser ingresado en la residencia ocurre en gran o menor medida lo descrito anteriormente, debido a que no existe conciencia de lo que va a ocurrir una vez se haya producido el ingreso, aunque un elemento que puede favorecer en mayor medida su adaptación es su anclaje a la búsqueda de una situación mejor.
Tras esto, comenzamos a confeccionar su historia familiar, se producen entrevistas con familiares, ya sea la familia nuclear o extensa, con servicios sociales de referencia o con cualquier recurso que haya estado presente en el contexto del nuevo ingreso, una búsqueda de información que nos pueda facilitar hipótesis sobre qué relaciones y dinámicas estaban sucediendo en casa y qué estrategias se estaban utilizando o no, qué patrones de apego se pueden observar, que comportamientos se sostenían y cuáles no, qué resistencias impiden el cambio.
Es mi obligación puntualizar que todo esto se recopila en un margen muy escaso de tiempo, esto impide recopilar la suficiente información como para poder generar tantas hipótesis como podamos y dar un mejor abordaje a la familia y al PI. Así que puedo decir que en lo que te especializas tras llevar a 10 o 20 familias simultáneamente es a ser preciso, y sobre todo a tratar de vincular de manera muy segura con el total de adolescentes que se pueda llevar.
Mi objetivo con cada uno de los y las adolescentes con lxs que tengo el privilegio de intervenir, es aportar un espacio seguro para que pueda descargar emociones y sobretodo dar luz a cada uno de los rincones oscuros y dolorosos con los que llegan a la residencia. Recordemos que el miedo y la desconfianza se pueden extender durante las primeras semanas, la cuestión es, como de presente está el terapeuta durante esas primeras semanas y qué emociones ofrece al adolescente para que este pueda sentirse cada vez más y más seguro. Y esto es común a la mayoría, existenpor ejemplo los trastornos del espectro autista con los que la estrategia debe ser mucho más pautada y predecible o de otro lado existen adolescentes con un nivel de dependencia muy elevada, con los que se ha de evitar que puedan utilizarte como sustituyentes de otras que tratan de abandonar.
Si tu tarea es convertirte en la persona adulta de referencia (temporal) de un adolescente dañado y con múltiples situaciones de riesgo que le acompañan, esto va a comportar que se puedan suceder situaciones con un nivel de intensidad emocional muy elevada dónde lo que más predominará en el/la adolescente es la angustia y el miedo aunque tú solo observes conductas autolíticas, destrozos, gritos o violencia verbal. Así tu trabajo la mayoría del tiempo se convertirá en ser casi una especie de chivo expiatorio o de container emocional dónde el adolescente pueda verter y canalizar todo lo que ofrece de manera segura y reconocer qué procesos se ocultan detrás de todo ello.
Nos situamos en el ciclo vital de la adolescencia dónde la magnitud de lo que se experiencia está multiplicado por diez, y dónde los límites son fundamentales y en la mayoría de ocasiones ingresan sin ellos por multitud de motivos.
Entonces surge la siguiente reflexión obvia; yo como terapeuta puedo alterar o facilitar todo ese proceso de vinculación y de facilitar espacios seguros en función de mis dinámicas internas , traumas no trabajados o si, dinámicas con mi familia de origen… que en un 95% de las situaciones descritas van a surgir. Es necesario y fundamental trabajar en tu sistema para poder afrontar tu tarea de la manera más segura y ética posible. Internarse en la narrativa de la FOT trabajar los diferentes aspectos que nos acompañan en terapia facilita a poder acompañar y a gestionar de la manera más sana las vivencias y experiencias de las personas con las que intervenimos diariamente.
Un trauma no trabajado, un conflicto intrafamiliar no resuelto, es seguro que resuene en la intervención con el adolescente y si tratas de evitar o ensalzas tus mecanismos de defensa bien ensamblados durante tu historia de vida, no dando voz a lo que se necesita expresar y manteniendo así el daño, tu tarea como terapeuta en el sistema de protección ya no está siendo eficaz y sobretodo no está siendo lo que ha de ser: terapéutica.
Andrea Casas Uguet
Psicóloga
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