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El apego en la Familia de Origen del Terapeuta





El apego en la Familia de Origen del Terapeuta

José Luis Gonzalo Marrodán

Psicólogo Especialista en Psicología Clínica y Traumaterapeuta sistémico

Recibo con mucha ilusión y agrado la petición de mi colega Carmen Casas de colaborar en su blog con un artículo relacionado con la Familia de Origen del Terapeuta.

He podido leer el magnífico libro que ella ha escrito titulado: “La familia de origen del terapeuta en sesión. Moviéndonos entre familias” (Casas, 2021), y de todo lo que ella nos aporta en esta esencial obra para todo aquel que vaya a trabajar con pacientes, me centraré en el tema que más creo que puedo aportar: el apego.

Carmen nos dice en su libro, a mi juicio acertadamente, que “el profesional que trabaja con los pacientes (tanto en modalidad individual como pareja o familia) pueda soportar la situación dolorosa que estos traen para recrear momentos de nuevas oportunidades donde las interacciones marquen las diferencias con las interacciones anteriores que hicieron daño y contribuyeron a generar los síntomas”. 

Para ello es fundamental partir de que el apego es un tipo de vínculo que establece el bebé con las personas responsables de su cuidado (usualmente sus padres) Es un instinto que nos empuja a apegarnos al primer adulto que está a nuestro lado (la madre en general, pero puede ser otra persona) porque gracias a este sobrevivimos, pues satisface nuestras necesidades de confort y calma e interiorizamos así la sensación de sentirnos seguros. Son las primeras lecciones que obtenemos de nuestro cuidador principal: que mis necesidades (físicas, emocionales, lúdicas…) importan y son validadas y satisfechas. 

Gracias a que la figura de apego actúa como refugio y base segura (Bowlby, 1989) podemos explorar el mundo que nos rodea. Los padres o cuidadores son la primera base de seguridad en la primera infancia. Pero, a medida que crecemos, en sentido amplio, podemos aludir a la familia como base de seguridad también, cuando esta cumple unas funciones como las que expone Delage (2015). La familia aporta una resiliencia primaria que se considera fundamental. Y también, en un sentido aún más amplio, podemos aludir a los grupos sociales formales e informales como figuras de apego, si queremos desarrollarnos plenamente. Así, Arturo Ezquerro (2023) nos habla del poder del apego grupal en su último y excelente libro. Aunque el término vínculo de apego se utiliza para denominar la estrecha relación afectiva entre el bebé y la madre (u otro adulto), la necesidad de apegarnos está presente durante toda la vida. Aquí es necesario recordar la frase de Bowlby: “De la cuna a la tumba”. Apegarse no es aferramiento, dependencia emocional o cualquier otra forma de sumisión o control. Apegarse es experimentar una seguridad de base con los primeros cuidadores y otras personas a largo de la vida para poder tener una autonomía sana, una “autonomía con otros”, como muy bien expresa mi amiga, colega y maestra Maryorie Dantagnan. 

En tema del apego, como bien dice el título del libro de Carmen, nos movemos también entre familias, la de los pacientes y la nuestra. ¿Qué trascendencia tiene para un psicoterapeuta individual, de pareja o de familia el apego? La mayor de todas es ser consciente de que lo relacional temprano que experimentamos e interiorizamos y estructuramos como narrativas tiene una importancia clave. La mayor parte de los profesionales les otorgan una gran relevancia a las intervenciones técnicas, trátese de la escuela que sea, haciendo una interpretación; señalando a la familia una verbalización clave o una devolución de su dinámica; o analizando el significado de la conducta o rasgos de nuestros pacientes. Pero no se suele tener tan en cuenta que las representaciones mentales de apego son inconscientes y que se suelen escenificar en el vínculo estrecho afectivamente de la relación psicoterapéutica. Cada vez tenemos más presente que paciente y psicoterapeuta se interinfluencian mutuamente y que el cerebro es un órgano bipersonal (Schore, 2022). Las reacciones de transferencia/contratransferencia son capitales en la clínica del apego y donde se van a jugar las necesidades tanto del profesional como del paciente. Y es aquí donde el psicólogo/psicoterapeuta debe de haberse revisado para poder ofrecer experiencias vinculares seguras.

En este tema, hay un autor fundamental que propone una nueva visión del concepto transferencia/contratransferencia desde la clínica del apego. Como bien dice Luis Juri (2000), la angustia de abandono es el aspecto clave que se reprime en el psicoanálisis orientado por la teoría del apego. Wallin (2012 ha desarrollado todo esto magistralmente en su libro “El apego en psicoterapia”: “si nuestras primeras iniciativas en busca de consuelo fueron bien acogidas, probablemente aprendimos las ventajas de recurrir a los demás para pedir ayuda o para calmar la angustia. Pero si nuestros intentos de comunicar con los demás emocionalmente suscitaron rechazo, probablemente aprendimos la necesidad de ocultar la angustia ante los demás”.

Wallin (2012) se refiere a la autora Lyons-Ruth y a su concepto de representaciones enactivas: “Las enacciones son las escenificaciones creadas conjuntamente que reflejan las vulnerabilidades y necesidades solapadas, inicialmente inconscientes, del paciente y del terapeuta”. 

“Las enactuaciones (Lyons-Ruth y otros, 1999) pueden entenderse como la manifestación conductual, aquí y ahora, de los conocimientos relacionados implícitos cuyas raíces iniciales se hallan en lo que los pacientes y los terapeutas escenificamos (o enactuamos de niños) con nuestras figuras de apego”.

“Lyons-Ruth (1999) acumuló este término para describir las interiorizaciones pre-simbólicas de la primera experiencia que constituyen los fundamentos de los modelos funcionales internos”.

Tales lecciones primarias sobre el yo y los demás se aprenden (se recuerdan, representan, interiorizan) mientras se enactúan o escenifican. Es decir, suceden en una etapa donde no hay recuerdo explícito, pero sí implícito: no se recuerda, pero tampoco se olvida, como bien refiere Schore (2022)

Quedan registradas en la memoria emocional. En vez de ser reconocidas con una sensación de recuerdo, estas representaciones de la experiencia se reconocen (generalmente a través de terceros) mientras se enactúan. (“¿No ves que tratas a tus hijos como te trataba tu madre, de lo que siempre te quejas?”) 

Wallin (2012) nos dice que esta idea ya estaba en los primeros trabajos de Freud: “El paciente no recuerda nada de lo que ha olvidado y reprimido, sino que lo representa. Lo reproduce no como recuerdo sino como acción” “El descubrimiento freudiano de que los pacientes repiten el pasado en lugar de recordarlo es la piedra angular de su concepto de transferencia. Pero lo que Freud pasaba por alto era que el terapeuta nunca es meramente una pantalla en blanco sobre la que el paciente proyecta el pasado, sino que la transferencia del paciente surge de las percepciones selectivas acerca del carácter y la conducta actuales del terapeuta” (Wallin, 2012)

“Por lo tanto, la transferencia y la contratransferencia desde la teoría del apego se ENACTÚA EN EL VÍNCULO TERAPÉUTICO. Siempre refleja una espiral de influencia mutua en la que la aportación del paciente no es menos significativa que la del terapeuta” (Wallin, 2012). Así, por ejemplo, nos vemos impelidos inconscientemente a tomar determinadas decisiones con pacientes, o a sentir determinadas emociones o a actuar de maneras muy concretas sin que sepamos por qué. Schore (2022) en su revisión del psicoanálisis clásico, desde el neuropsicoanálisis, habla de afectos altamente desregulados desplazados al hemisferio derecho que ocurren en las sesiones y que conllevan regresiones mutuas entre paciente y psicoterapeuta. 

Por ejemplo, esos fuertes sentimientos de rechazo que un paciente me produce; la ansiedad intensa que experimento ante los requerimientos de atención de un cliente o la reacción distante que adopto con otro, reflejan como las representaciones enactivas de ambos (paciente/psicoterapeuta) están interactuando. Los mecanismos de defensa del profesional le pueden llevar a criticar al paciente; a afirmar que no pone de su parte, que no participa y no está motivado; o a traspasar los límites de la relación psicoterapéutica; o a afirmarle que él conseguirá curarle de su trastorno, etc... 

Este tipo de reacciones, de no ser trabajadas y abordadas, hacerlas conscientes, pueden interferir negativamente en el desarrollo de la psicoterapia y en el crecimiento de nuestros pacientes. Hacerse conscientes de a dónde nos llevan en nuestra biografía, abordar nuestra propia historia vincular y resignificarla para ganarla a la seguridad, redundará en que nuestras actuaciones con los pacientes sean pensadas en su beneficio psicológico. Lo problemático no es la historia de vida, sino el no haberla elaborado y resignificado en un todo coherente, valorando cómo puede afectarme en el trabajo con mis pacientes. Estas enactuaciones (que por otro lado son inevitables) si se abordan y manejan adecuadamente, son un motor de crecimiento psicoterapéutico muy importante. Para ello necesitamos “movernos entre familias” y lo que se despierta en mí supervisarlo con otro profesional que me guíe en este sentido. Además de que creo que un requisito para ejercer sea haber hecho una psicoterapia o trabajo personal antes de tratar a los pacientes. 

REFERENCIAS

Bowlby, J. (1989). The role of attachment in personality development and psychopathology.

Delage, M. (2015). Resiliencia familiar. El nicho familiar y la superación de las heridas. Barcelona: Gedisa. 

Casas, G. Carmen (2021). La familia de origen del terapeuta en sesión: moviéndonos entre familias. Ediciones Morata.

Juri, L. (2000). Un sueño y dos paradigmas: de Freud a Bowlby. Aperturas Psicoanalíticas, 4.

Lyons-Ruth, K., & Jacobvitz, D. (1999). Attachment disorganization: Unresolved loss, relational violence, and lapses in behavioral and attentional strategies.

Wallin, D. (2012). El apego en psicoterapia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Schore, A. (2022). Psicoterapia con el hemisferio derecho. Barcelona: Eleftheria.






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